lunes, 8 de octubre de 2012

De rabona


Dicen que el fútbol, como muchos otros aspectos de la vida, se mueve por modas. Últimamente hemos podido ver peinados que serían más afines a una película de Quentin Tarantino que a un jugador de fútbol, botas de colorines que podría calzar el payaso de Micolor sin que resaltara sobre su indumentaria o brazos tan tatuados que hacen imposible  diferenciar si un jugador lleva manga corta o larga.
Y es que hace escasos días, sentado en el sofá de mi casa, veía un partido que enfrentaba a la  Real Sociedad contra algún equipo que mi maltrecha memoria no consigue recordar. Entonces visualicé en la pantalla a un jugador que llamó mi atención haciendo que despertara del letargo (algunos le llamaréis siesta) del que era preso. Ese jugador era David Zurutuza y poseía algo que me hizo retroceder a un pasado no tan lejano y del que guardo grandes recuerdos. Si amigos, estoy hablando del jugador con bigote, un rasgo olvidado y defenestrado por muchos pero recordado con cariño por los que nos consideramos apasionados de este deporte.
Después de este hallazgo comencé a reflexionar sobre jugadores que se caracterizaron, aparte de por su calidad futbolística, por su interesante “mostacho”. Quien no recuerda a Bernd Schuster con su bigote y su melena rubia, a Martin Vazquez, Migueli, Rudy Voller, Wolfram Wuttke, Valderrama y el clan colombiano compuesto por Higuita y Lionel Alvarez, Sanchez Jara y su bigote policiaco, el mítico central de nuestro amado Cádiz Carmelo, el eterno portero suplente de Athletic o Español Meléndez o el motor de aquel gran Sporting de Gijón Joaquin. Seguramente esté siendo injusto olvidando a otros muchos jugadores que pasearon con orgullo su robusto bigote, pero he querido nombrar a los más significativos para mí.
Pero no podía finalizar este mi primer relato sin acordarme del que para mí fue el referente de los jugadores con bigote. Se trata del Tato Abadía, todocampista del que pudimos disfrutar en el malogrado Logroñés. Este jugador atípico, y digo atípico porque se asemejaba más a un pescador de una lonja gallega que a un futbolista, representaba muchos de los valores que hacían grande a un deportista en aquellos tiempos: garra, coraje, pundonor, esfuerzo, derroche físico y sobretodo carisma, mucho carisma. Seguramente no haya sido un referente para muchos, pero los más futboleros del lugar le guardamos un cariño especial. Grande Tato.
Para finalizar esta reflexión personal, quisiera agradecer a mis amigos y hermanos Hard y Reverendo la oportunidad que me brindan de compartir este pequeño universo de reflexión futbolística. 

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